Un timbre metálico toca la puerta, esa noche toda la habitación tomo uno de esos tonos azules de aires tenebrosos. El sonido de ahogaba en el vacío resucitaba y rebotaba en cada esquina de la casa, habían murmullos consumiéndose en cada espacio, la luz se hacia fuerte y se encogía. El temor tomo por sorpresa cada cuerpo errante dentro de ese lugar.
Aquella tarde...
El aire continuaba teniendo ese timbre tan áspero, el temblor sucumbía las almas y luego se retiro por donde vino y se ahogo en su propia tristeza, grito y rompió todo lo que pudo pero aún así, sucumbió en su propia ira, en su deseo inmenso de ignorar su infierno.
Hacer llorar a otros para sentir que su pena no es lo que agobia, para tirarle luz a quien merece el sol.
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